¿Bendita realidad?


Las prisas no son buenas... ¿Cuántas veces has oído esa frase? ¿Cuántas te has parado a pensar en ella? Lamentablemente, muchas veces sólo lo hacemos cuando nos vemos obligados por las circunstancias.
     Llevamos una vida tan acelerada que rara vez le dedicamos nuestro tiempo a las cosas que verdaderamente importan. La mayoría del tiempo ocupan nuestro tiempo las cosas banales, esas que nos producen una satisfacción casi inmediata. También atendemos de forma inmediata todo aquello que nos produce cierta incertidumbre o curiosidad.
     No es que esta forma de pasar por la vida esté mal, para nada. Cada uno con sus circunstancias toma las decisiones que considera más oportunas en cada momento pero ¿tomaríamos las mismas decisiones si nos paráramos a pensar un poco más en el momento de después? Sinceramente, creo que no. Por desgracia muchas veces nos vemos atrapados en una vida frenética que hace que olvidemos o bajemos de prioridad lo que en momentos de calma consideramos más importante para nosotros.
     En esta sociedad que nos ha tocado vivir, estamos más preocupados por mejorar nuestro nivel de vida que de disfrutar una buena calidad de vida con la gente que queremos y que nos quiere. Nos preocupa más tener las mejores cosas que utilizar lo que tenemos para ser felices.
     Y nos dejamos llevar, como es lo que hacen todos pues seguimos la corriente pero entonces, cuando menos te lo esperas, la vida te da un guantazo y te hace parar en seco y posar los pies firmemente en el suelo. Es entonces cuando pones las cosas en valor, en su verdadero valor, y las priorizas, y caes en la cuenta que quizás estás desperdiciando la oportunidad de vivir una vida plena y feliz por ambición, egoísmo o simplemente por dejarte llevar.
     Ayer fue uno de esos días, de repente, sin esperarlo, recibes una llamada, te dicen que ha muerto la madre de una buena amiga. La sorpresa se apodera de tí y no terminas de creértelo y enseguida te das cuenta de cuán frágil es la vida. De repente esas preocupaciones que ocupaban casi todos tus pensamientos dejan de ser problemas para conbertirse en pequeños inconvenientes. Entonces te das cuenta que estás perdiendo la ocasión de vivir la vida haciendo lo que te gusta, lo que te llena. Estás perdiendo momentos mágicos con aquellos que quieres por enfados que ahora, en este preciso momento, te parecen auténticas estupideces.
     Y en ese momento te paras, piensas las cosas y priorizas de nuevo las cosas pero ¿durante cuánto tiempo? Es curiosa la facilidad y rapidez con la que nuestra mente pasa de un estado a otro. Probablemente en unos días la vorágine del día a día nos lleve de nuevo a pasar de puntillas por lo importante y volvamos a preocuparnos más de conseguir progresar en nuestro nivel de vida que de ser felices con la vida que llevamos. En este año caprichoso que no deja de dar golpes a mi entorno más querido siento que ha llegado el momento de parar y tratar de evitar que el día a día me desvíe de nuevo de lo verdaderamente importante: la familia, los verdaderos amigos y el tiempo pasado junto a ellos. ¿Seré capaz de conseguirlo? Pope seguro que sí...
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